MONÓLOGOS

En el guión completo de Hemos reído por encima de nuestras posibilidades, cada uno de los cómicos que intervienen realiza un breve monólogo como parte de un acto de rebeldía en respuesta a la decisión del nuevo Gobierno de prohibir los espectáculos de humor.

Para incluir estos mini-monólogos, durante el proceso creativo, escribí diferentes monólogo completos, cada uno de una temática diferente, pensando exclusivamente en que serían interpretados por los cómicos que forman parte del elenco de Hemos reído...

Estos monólogos completos no forman parte del guión original. Sin embargo, como lectores y seguidores del blog, aquí tenéis ahora la oportunidad de disfrutar de ellos. Hacedlo y reíd, reíd mucho, porque nadie puede poner límites a la capacidad infinita del ser humano para reír.


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PATRICIA CONDE. EL MIEDO.
 
Algunos dicen que nuestra generación es la generación del miedo. Vaya, que nos están llamando caguetas. ¿Cagueta yo? ¡Bah, será porque me cago en el miedo! Nuestra generación lo que pasa es que se ha tenido que enfrentar a peligros que nunca nos hubiéramos imaginado, ni en nuestras peores pesadillas: la precariedad laboral, el paro juvenil, la invasión de los chinos…

Por otra parte, ¿cómo no vamos a tener miedo si nos hemos criado con las películas más terroríficas de la historia? ¿Con qué películas de terror se criaron nuestros abuelos o nuestros padres? ¿Nosferatu, Frankenstein, Psicosis, Los Pájaros…? Bah, eso hoy no asusta ni a un mocoso de tres años, como mucho lo duermen. Sin embargo, nosotros crecimos viendo El Exorcista, Viernes 13, El Resplandor… ¡En esas películas había más sangre que plástico en Mujeres, Hombres y Viceversa! ¡Ni pegar ojo podíamos en toda la noche! Más tarde, cuando crecemos, nuestros monstruos infantiles son sustituidos por el jefe, el señor de la hipoteca, los bebés… ¡y ni pegar ojo podemos en toda la noche!

El miedo, hoy día, se refleja sobre todo a la hora de ligar: ¡madre mía la que liamos para decirle a alguien que nos gusta que si le apetece tomar un café con nosotros! “Bah, no, oye, que había pensado, pero si no quieres no pasa nada, o a lo mejor es que está muy liada, hasta el cuello de trabajo y eso, que lo entendería, eh, porque ahora todo el mundo tiene mucho trabajo… El caso es que había pensado que si tuvieras un hueco, un día de éstos, quizás, quizás, podríamos tomar un café juntos o simplemente charlar si casualmente nos cruzamos por la calle y tú me ves, aunque si no me ves no pasa nada porque seguramente irás pensando en tus cosas y no te habrás dado cuenta de te llevo siguiendo más de dos horas…” ¿Pero de qué vas? En menos de lo que tardáis en decir “Bah, no, oye…” vuestro antepasado ya nos habría cogido del pelo, nos habría metido en la cueva y nos habría calzado.

El miedo al “no”, el miedo al “no” nos puede. Claro, porque como a nosotros siempre nos han dicho que sí a todo, ahora hemos asimilado la creencia de que un “no”, cualquier simple “no”, es como un misil de destrucción masiva dirigido hacia nuestro microcosmos existencial, capaz de desintegrar su equilibrio en cuestión de segundos. “Lo siento, no me gustas” “¡Ooooh!”. “No ha superado el práctico de conducir” “¡Ooooh!”. “No nos queda helado de chocolate” “¿Que no queda helado de chocolate, hijo de perra, y cómo supero yo ahora los “no” de la vida?”

Le tenemos miedo a todo. Le tenemos miedo hasta al miedo. Por eso vamos de machitos. Las mujeres también, eh. Vaya, de machitos no… ¡De machotas! Sólo hay una cosa que puede superar nuestra capacidad de experimentar miedo ante prácticamente cualquier estímulo, y es nuestra capacidad para simular que no lo tenemos. “Bah, venga, que no te atreves” “¿Que no me atrevo? Claro que me atrevo” “Que no, que eres un cagado” “¿Cagado yo? Te vas a enterar: perdone, ¿me puede poner la hamburguesa sin pepinillos, por favor? ¿No? Da igual, ya se los quito yo. ¿Qué, que me los coma porque son muy nutritivos? ¡Vale, vale, pero no me pegue!”

Nos encanta aparentar que no tenemos miedo, que somos unos lanzados, unos “balas perdías”. Sobre todo en cuanto al sexo. Pero, ¿qué hay de malo en que dos personas que se conocen en una primera cita no acaben acostándose? ¡Si es lo más normal del mundo, os acabáis de conocer, seguramente aún ni sabéis si os gustáis! Sin embargo, aunque no quieran hacerlo, ninguno de los dos lo dejará claramente explícito, por miedo a que el otro piense que lo que tiene es miedo al sexo en la primera cita. O por miedo a que él piense que ella no se depila o que ella piense que él la tiene pequeña. Así que: “Oye, ¿quieres venirte a mi casa?” “Ah, sí, bueno, vale. ¿Qué vives, solo?” “Mmm… Vaya, no, con mis padres” “Ah, lo siento, es que no me gustan los padres”. “Qué lástima. Bueno, ya cuando me emancipe y eso…” Joder, decid la verdad: “¡No quiero acostarme todavía contigo, no tengo aún la suficiente confianza para hacerlo!” “Ya… ¿Y una chupadita?”

El miedo es una emoción primaria que cumple una función de supervivencia. Gracias al miedo aprendemos a mantenernos alejados del fuego, a no meter los dedos en el enchufe, a avisar a nuestra peluquera antes de que nos toque que por favor sólo nos corte las puntas, ¡sólo las puntas!

Pero, ¿sabíais que se le puede tener miedo a casi todo en este mundo? Hay tantos tipos de fobias como objetos puedan existir. A los espacios cerrados, a los espacios abiertos, a volar, a viajar en coche, a los bichos, a las personas… A todo, menos a los políticos y banqueros. Les hemos cogido tanto asco que es imposible tenerles miedo.

A mí hay una cosa por ejemplo que me da muchísimo miedo: las cucarachas. No las soporto, pero una noche, me encontré con una en la cocina de mi casa, ¿y sabéis lo que hice? ¿Salir gritando y llorando histérica como hago siempre? ¡No! Salí tranquilamente de la cocina, me dirigí con calma a mi habitación, donde se encontraba mi marido, y con la voz templada y serena le dije que había una cucaracha en la cocina, ¡y que o la mataba ahora mismo o le pedía el divorcio!

Y es que el miedo es más fácil de superar cuando cuentas con la compañía y la ayuda de alguien. Que tienes miedo a las agujas y te tienen que pinchar, si vas con alguien más fácil. Que tienes miedo a conducir, si vas con alguien más fácil. Que tienes miedo a dormir sola… O te casas pronto o te acabas convirtiendo en un zorrón.

El miedo se puede superar gracias a la unión. La unión hace la fuerza, para vencer al miedo. ¿Por qué creéis que se inventaron las orgías? Al contrario de lo que se piensa, las orgías no las hacen grupos de gente desinhibida y con ideas muy liberales. ¡Al revés! Es gente que le tiene miedo al sexo. Por eso lo hacen en grupo, porque la unión vence sus miedos. Bueno, o al menos esa fue la excusa que utilizaron conmigo.

Vencer nuestros miedos, con confianza, con honestidad, con coraje… es una de las pruebas de vida más enriquecedoras que existen. Te llena, te hace crecer, te hace creer de nuevo en el género humano. Te hace pensar que cualquier monstruo, por muy caro que sea el traje que lleve, no es más peligroso que un monstruo de película.

Fijaos en los nerds. Sabéis quiénes son los nerds, ¿verdad? Esos frikis que se pasan todo el día delante del ordenador, la mayor parte del tiempo (hace un gesto de cascársela), y que si luego ven a una tía de verdad se asustan. Es el mejor ejemplo de que la mayoría de nuestros miedos sólo están en nuestra cabeza. Los nerds no tienen por qué asustarse de las mujeres. La mayoría son tan feos que nunca les vamos a hacer ni caso.

  Pues eso, que la mayor parte de nuestros miedos no son más que una interpretación errónea de la realidad. Como la democracia española.

EVA HACHE. LOS BANCOS.


Hay que ver, cómo la tratan a una en los bancos, como en casa, qué digo como en casa, ¡mejor que en casa! De hecho, la mayoría de los matrimonios fracasan mucho antes que el tuyo con tu propio banco. Después de todo, ¿el matrimonio en qué se basa? ¿Qué es lo que lo fundamenta, lo que sostiene un matrimonio? Pues el amor, que es un concepto un poco abstracto, frágil, voluble. ¡Pero una hipoteca de cuarenta años de frágil, voluble y abstracta nada, eso sabes que tienes que pagarla sí o sí! Esa sí que es una unión de verdad y lo demás son pandas. Vaya, de hecho, la mitad de los matrimonios se divorcian, a pesar del “en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe”. ¡A los seis meses ya están separados, y ni enfermedad, ni pobreza ni gaitas, como mucho un par de cuernos y ya está! Sin embargo, en el otro matrimonio, en el de con tu banco, ya te puedes quedar arruinao y sin casa que la hipoteca se te mantiene. ¡Y si te mueres la heredarán tus hijos! ¿Eso qué es, desvergüenza, abuso, insensibilidad? ¡Nooo, eso es amor incondicional, hombre!

Eso sí, hay mucho falso mito en cuanto a los bancos, muchas habladurías, mucho chisme inventado. A mí por ejemplo no paraban de advertirme antes de casarme, con mi banco, que estuviera muy atenta porque iba a escuchar muchos conceptos desconocidos, y que me podían liar. ¡Bah, qué te va a intentar liar un banquero por Dios, si eso es de lo mejorcito que hay! Y por otra parte, que los conceptos bancarios tampoco son tan complicados, para nada. Sólo hay que aplicar un poco la lógica, ya está. Por ejemplo: fondo de inversiones, está mascao, que tu inversión va a acabar en el fondo de algo, el fondo del mar, de una poza, del bolsillo de otro. Depósito de ahorros, ¡está clarísimo!, que tus ahorros van a acabar como los que van al depósito, ¡muertos, finiquitados! Si es tener un poco de listeza. Las preferentes, tanta polémica que hay ahora con las preferentes, ¡pues clarísimo también!, tú me das todo tu dinero y a partir de ese momento yo tengo preferencia sobre él, ¡si la misma palabra lo dice, pre-fe-ren-te! ¿Y el interés? ¡Todavía hay gente que no tiene claro qué es el interés! Pero alma en pena, si eso es el AEIOU de la banca, si ya lo dijo hasta el mismo Woody Allen: “El matrimonio es como una cuenta corriente, de tanto meter y sacar se pierde el interés”.

El interés. Por el interés te quiero Andrés, ¡pues por eso te quiere tu banco, por el interés! El que te cobra, claro. Es curioso esto del interés bancario, ¿verdad? Resulta que si tú metes tus ahorros en una cuenta, éstos, sin que tú hagas nada, misteriosamente, van creciendo, muy poquito a poquito. Y si pides un crédito pues también, el dinero que inicialmente debías va creciendo, pero aquí ya no tan poquito a poquito. Claro, por eso se le llama interés, es un interés interesado, lo que viene a ser un convenido de mierda, vaya. Pero, a veces me pregunto, ¿quién sería el pájaro que inventó esta artimaña del interés? O sea, el ser humano, toda la vida trabajando, arando la tierra, cultivando patatas y tomates, cuidando del ganado, y ahora llega un tío, seguramente un perezoso que no había dado palo al aire en su vida, y dice: “Pues yo no voy a ganar dinero trabajando, yo voy a ganar dinero con dinero”. Fijaos qué mente más revolucionaria. “Te doy una moneda, tú me devuelves dos, te doy dos, tú me devuelves tres…” Y así sucesivamente hasta amansar una fortuna sin sudar gotica, oye. Pero tiene su mérito, tiene un gran mérito. Yo cada vez que presto dinero no sólo no consigo que me lo devuelvan sino que además pierdo un amigo, ¡porque es soltar los billetes y desaparecen ellos del mapa!

¿Nunca habéis fantaseado con trabajar en un banco, tener tanto dinero en vuestras manos? Eso es muy tentador, cuidado, deberían hacer tests psicológicos antes de contratar a las personas que van a trabajar para la banca a fin de asegurarse de que no sean demasiado frívolas y materialistas, porque si no sería como meter a una ninfómana en un sex shop, que con la tontería al final te tienes que pasar todo el día fregando la tienda.

El banquero es una profesión muy mal considerada en nuestro país, injustamente considerada. Ya no nos acordamos de cuando en España se pasaba hambre y miseria, sí, incluso más que ahora, y el atraco a un banco era el pan nuestro de cada día. ¡Los banqueros se han jugado el pescuezo por nuestros ahorros! Claro, nosotros, ignorantes, egoístas, mamotretos, no supimos agradecérselo, no supimos agradecérselo, hasta que, ¡hala, decidieron darle la vuelta a la tortilla! Ahora si a un atracador se le ocurre entrar en un banco acaba con la pistola embargada y una deuda para siempre forever. Y luego la gente que se queja del sueldo de los banqueros, ¡love´s mother beatiful, madre del amor hermoso, pero si eso no está pagado, eso no está pagado! Vaya, que no me creo yo que con la crisis que hay que dicen que no hay dinero por ningún lado, los banqueros reciban esos sueldazos, ¡eso no está pagado, es imposible! Y las indemnizaciones que reciben, ¡qué cracks! Claro, así es normal que el sistema bancario haya petado, normal. Si te van a dar una millonada para echarte, en realidad te están incentivando para hacerlo mal, ¡es que estamos tontos! Es como si me contrata El Corte Inglés y me pagasen un plus por llevarme stock,  ¡me faltaba tiempo para reformar mi dormitorio y ponerle cuatro armarios empotrados nuevos!

  Claro, qué ha pasado, que el sistema bancario ha petado y hemos tenido que rescatarlo. ¡Y la gente se queja, oye! Dicen que por qué se rescata a los bancos y no a las personas. ¿Pero qué no os dais cuenta de que cuando se está rescatando a los bancos se está rescatando, de forma intrínseca y anexa, a las personas? ¿Qué sería de mí si no hubieran rescatado a los bancos? ¿Qué sería de mí si un día me levantara, fuera a mi oficina bancaria y descubriera que no puedo recuperar los dos euros con cincuenta y cinco de mi cuenta, qué sería de mí, eh?

GOYO JIMÉNEZ. EL CONSUMISMO. 



¿Nadie se ha preguntado nunca por qué siempre hay tanta gente en las tiendas? Estamos en crisis, la gente no trabaja, los que trabajan no llegan a fin de mes… ¡y las tiendas siempre petás! ¿Sabéis de quién es la culpa? Pues de quién va a ser, claro, de los americanos. Yo es que soy experto en asuntos americanos… Los americanos han propagado el virus del consumismo por todo el mundo y ahora todo es consumir, consumir, consumir, no consumir de (esnifa), que también, cuidado, que también son los americanos muy de eso, no, consumir de gastar, de comprar, de adquirir… ¿Y cómo nos han inoculado ese virus? A través de la publicidad. Los americanos son los reyes de la publicidad. Un americano quieres que vayas a comprar a su tienda y te pone a una pareja joven entrando en el establecimiento y están los dos maravillados, encantados de la vida, que parece que están en Disneylandia, y a lo mejor están entrando en una ferretería de mierda. Aquí en España eso no pasa, porque los tíos sabemos que comprar con nuestra chica no es un paseo por Disneylandia, ¡es una caída precipitada a las entrañas del infierno!

Cuando cedemos en acompañar a nuestra chica a ir de compras en lugar de fingir una lumbalgia, que sería la opción más inteligente, estamos adquiriendo una entrada anticipada para la casa de Satán. Da igual que sea para comprar ropita, o para muebles, o para menaje, o para comprar cortinas nuevas para sustituir las viejas del salón que comprasteis hace dos meses, tu opinión en todos los casos va a tener exactamente la misma trascendencia que las votaciones del Senado: no va a servir para una puta mierda. Pero aún así, ella siempre te la va a pedir, pero no porque contemple una mínima posibilidad de tenerla en cuenta, no, sino porque las mujeres son inseguras, y el preguntar ya les sale solo, es como un tic, pero eso no quiere decir que les interese lo que piensas, ¡les interesa lo mismo que el último fichaje del Rayo Vallecano, les interesa lo mismo que el funcionamiento del motor de un coche, les interesa lo mismo que el porno lésbico, por desgracia, nada! Así que cuando nos preguntan… Un momento, no lo cuento, lo hago: “Cari, ¿qué vestido piensas que debería comprarme para la fiesta que da tu cuñada el viernes, éste color fucsia, o éste turquesa, teniendo en cuenta que los muebles de su salón son ocre, pero las paredes son beige y las cortinas color salmón, que a ver, que ya sé que lo de las cortinas es lo de menos, pero son unas cortinas muy grandes y ese espacio también hay que tenerlo en cuenta, y por cierto, a ver cuándo vamos a comprar cortinas nuevas que llevamos con las viejas ya casi dos meses?” ¿Y cómo respondemos los hombres a tal inquisitoriedad? Nos quedamos pensando, ¡mal! Ese es el primer error, ¿pero qué vas a pensar, muchacho, si ya cuando ella ha dicho fucsia ahí te has quedao? ¿No ves que los tíos sólo nos sabemos los colores del arco iris? ¡Salmón no es un color, es un pescado noruego! Además, que se cree ésta que en lugar de a una fiesta va a una operación de marines norteamericanos y se quiere camuflar con el ambiente. Como salga del salón para ir a la cocina a por hielo qué hace, ¿quedarse en bolas para cambiarse de vestido? Coño, las cortinas, ¡cómprate un vestido color blanco Philadelphia que eso es lo que mejor pega con el salmón! No pienses la respuesta, no la pienses, te la traes ya aprendida de casa: SÍ, tú di que sí a todo, siempre sí. Excepto cuando te pregunte si pagáis con tu tarjeta o la suya, ahí le dices que se te ha olvidado en casa.

Yo a veces pienso que en las tiendas siempre hay gente porque en realidad son los mismos, que están contratados por los comerciantes para crear ambiente. Los españoles somos así, vamos donde va la gente. Si una tienda está vacía, ya puede tener las mejores marcas, los precios más bajos, da igual, no entramos, nosotros vamos a la que tiene las colas más largas en las cajas, los probadores llenos, la ropa tirada sobre los expositores de mala manera… A mí me da muchas veces la sensación… Yo es que soy animista. El animismo es la creencia de que todo está vivo y que incluso los objetos cotidianos tienen alma, razón y voluntad. Pues muchas veces cuando voy a las rebajas y veo un pobre pantalón tirado sobre un expositor, con una pierna mirando para un lado y otra para otro, como un saltador de vallas, arrugado, maltratado, yo trato de ponerme en el lugar de ese pobre pantalón… Bueno, mejor no lo cuento, lo hago: “Soy un pobre pantalón arrugado. Qué asco de día, de verdad, qué diita llevo. Me han rebajado, he sido manoseado por cientos de manos, obligado a oler decenas de culos, ¡jamás imaginé que existía gente que iba a las rebajas sin ropa interior!”, puede ocurrir y de hecho ocurre, os lo aseguro, “Me siento usado, como un trapo viejo, y eso que aún no he salido de la tienda… Un momento, ¿y este gordo? ¿Por qué me coge este gordo? ¡Alto, ¿no ves que no soy de tu talla?, no soy de tu talla por Dios!”

El caso es que nosotros vamos a las tiendas que están llenas por qué, ¿nos gustan las multitudes? Sí, claro, el español es hombre de ferias, de san fermines, de playas petadas, nos gusta el estar juntitos porque mientas más juntitos más posibilidades de arrimar cebolleta. Pero el motivo principal de ir a las tiendas que están  más llenas en lugar de a las solitarias no es ese, es porque en una tienda solitaria tienes todas las papeletas de que te toque. Sí, ya sabéis, que te toque ese momento tan desagradable e inquietante, cuando se acerca el/la dependiente/enta y te pregunta: “¿Puedo ayudarle en algo?” ¡Dios! Ese “puedo ayudarle en algo” destila desesperación en cada una de sus sílabas, ese “puedo ayudarle en algo” es en realidad un “¡cómprame algo, por tu puta madre, cómprame que no he vendido nada en todo el día, que sólo me han entrado dos personas en la tienda y una ha sido porque se ha confundido y la otra para preguntarme una dirección, cómprame, por tu vida, que este mes me toca pagar la trimestral!” Pero tú, que no quieres verte forzado a comprarle finalmente por pena, porque no nos equivoquemos, los horteras no son gente con mal gusto, los horteras son personas con una gran empatía y que empujados por una sensibilidad extrema han acabado comprando ropa que nadie quería para satisfacer sus motivaciones altruistas, pero tú, que ni altruista ni empático ni polla, tú le dices al dependiente: “No, gracias, sólo estaba mirando”. Y él/ella entonces, en un tono aún más desesperado que el anterior, te replica: “Pero, ¿buscaba algo en concreto?” “¡A ti no, a ti precisamente no te estaba buscando, triste, que eres un triste! ¡Y no te me pongas a llorar, haber estudiado una carrera, estarías ahora en el paro y no dando por culo a la gente!”

Otro motivo por el cual nos gustan las tiendas petadas es porque en nuestro subconsciente colectivo, nuestros impulsos sexuales freudianos nos hacen mantener la esperanza onírica de que en algún momento alguien se desmadrará allí en medio, los demás le seguiremos movido por el efecto copia, y acabaremos todos montando una gran orgía. Y es que el consumo y las orgías son similares: en una orgía, aunque no quieras, al final te acaban dando por culo, y cuando consumes, por culpa de la subida del IVA, también.

Bah, comprar, con lo bonito que es dar, regalar algo a alguien desinteresadamente. Bueno, ejem, desinteresadamente, desinteresadamente… Queda muy mal cuando tú le regalas algo a alguien y esa persona a ti no te regala nada. O mucho peor: cuando tú le has hecho un regalo que no se lo has hecho ni a tu madre en toda tu puñetera vida, y ahora a ti te hacen un regalo que es una puta mierda: “Anda, mira, qué casualidad, claro, como los dos somos fans de La Guerra de las Galaxias, yo te he regalado una edición de lujo en bluray con cientos de extras de las tres películas, las buenas, y tú a mí, un póster de Chewbacca. Qué bien, no haberte molestado”. “Bah, si es por el detalle”. “No, que digo que no haberte molestado, ¡y la próxima vez te metes el póster por el culo, rácano!”

Ahora en serio, ¿todo en esta vida tiene que ser trabajar, producir, consumir y fornicar? ¿No podemos quedarnos sólo con la última parte? Yo, como hombre libre que soy os digo, que podrán poner fronteras a los países, límites a nuestros sueños, pero nunca podrán ponerle precio al amor. A no ser que te dé por sumar cuánto te han costado cada uno de los cubatas a los que has tenido que invitarla para emborracharla y así convencerla de que se viniera a tu casa, entonces sí.

¿Sabéis por qué algunas veces nos sentimos movidos a consumir tanto? Porque nos sentimos vacío por dentro. Y creemos que teniendo cosas llenaremos ese vacío. Y es mentira. Valga mi propia experiencia como ejemplo. Yo gano mucho dinero como cómico, pero muchísimo, no os lo podéis ni imaginar. Me he llegado a comprar un deportivo, un chalecito en la playa, un reloj de oro de no sé cuánto quilates… Pero aún con esas me seguía sintiendo vacío. Por eso me iba todas las noches a ponerme las botas en un restaurante de lujo, allí ya me llenaba.

  Los americanos, de nuevo los americanos, nos han metido la idea de que comprando más seremos más felices. Pero qué tontería más grande. A ver, todos alguna vez hemos hecho eso de que a lo mejor nos hemos sentido un poco de bajón y oye, nos hemos ido de compras, sin necesidad alguna de hacerlo, simplemente para sentirnos mejor, y efectivamente, después nos hemos sentido mejor. Pero comparad esa sensación con la de que te den algo gratis. ¡Ni punto de comparación! No sé, pensad en una promoción, en una degustación gratuita, una invitación a un espectáculo… Cuando una cosa que cuesta dinero, para nosotros es gratis y para el de al lado no, ¡la satisfacción es doble! De ahí la frase: “Las cosas importantes de la vida son las que no cuestan dinero”, ¡claro, porque están de promoción! Y si gratis, lo que se dice gratis, no es, pero, por casualidad, sin querer, ha llegado a vuestras manos, ¡eso sí que es bienestar! Cuidado, a ver, que no estoy incitando a nadie a robar, sólo trato de explicar que al fin y al cabo la corrupción no es más que una libre interpretación del bienestar social que han hecho nuestros políticos. 

ÁNGEL MARTÍN. LA ILUSIÓN.


Es desconcertante como los adultos a medida que crecemos perdemos la ilusión que nos caracterizaba de niños. Por ejemplo, a los niños les encantan los superhéroes. Y por alguna extraña razón pensábamos de niño que algún día conseguiríamos ser capaces de volar, como Superman. Era nuestro sueño: volar. Pero cuando crecemos nos damos cuenta de que es imposible, es imposible… Sin drogas es imposible…

Una ilusión que se desvanece muy pronto es la ilusión del primer beso. Cuando todavía no has besado a nadie piensas que ese momento será muy especial, que sentirás algo nuevo y emocionante y que notarás mariposas en el estómago, yo qué sé, toda esa mierda, ¿verdad? Además, que aunque tú nunca hayas besado, ya lo has visto en películas, y has visto cómo el prota coge a la chica y la agarra justo después de haber tenido una discusión brutal, que entonces dices: “Aquí es cuando se van a dar de hostias ya por fin”, pero no, se dan un intenso beso, suena música romántica, la imagen funde a negro… Es precioso. Es tan precioso que ten entran ganas de morrear a tu madre. Pero no lo haces. No lo haces porque sabes que está mal. Te esperas a encontrar una chica que te guste y que tú le gustes a ella y entonces, cuando por fin te decides a besarla… A ver, al principio está bien, sientes lo de las mariposas y todo eso, pero poco después notas un cuerpo intruso metiéndose en tu boca y piensas: “¿Qué mierda es esto?” Que es su lengua, pero a ti te parece que ella se ha convertido en una especie de alienígena que está intentando colarte uno de sus parásitos. Y por otra parte, el beso de las películas dura sólo unos segundos, y cuando te morreas con una chica la cosa se alarga, se alarga, hasta que llega un momento en el que miras el reloj y dices: “¿Diez minutos lleva el alien éste intentando que me trague el parásito? Pues sí que… Sí que está tardando en entrar el del fundido en negro”.

Otra ilusión que se torna en decepción suele ser la primera vez. Vaya, suele ser… Casi siempre la primera vez es una desilusión a no ser que sea con una prostituta. Si no, si es con una chica que también es su primera vez, o con una prostituta virgen, que se pueden dar casos… La cosa es que tú estás nervioso, ella también lo está, no sabéis cómo empezar, os da vergüenza desnudaros… Se pasa mal, la verdad que se pasa mal. Entonces los tíos hacemos una cosa, por empatía con la chica, y es que… Nos vamos muy rápido, ¿vale? ¡Pero es por eso, porque nos estamos dando cuenta de que estáis pasando un mal trago y mientras antes termine mejor! Que luego le contáis a vuestras amigas: “Pues yo la primera vez ni me enteré”. Así agradecéis nuestra solidaridad.

El amor. El amor es una ilusión que se va desvaneciendo con el tiempo. Al principio de una relación, tú estás enamorado y piensas que tu pareja es tu chico o chica ideal, y a medida que la relación avanza te vas dando cuenta de que… ¡Horror, es normal! No mala, o peor, o deficiente, no, es normal. Suda, tiene gases, se hurga la nariz, come con las manos después de haberse hurgado la nariz, le gustan los programas de cotilleos, la música pachanguera, salir por la noche a matar gatos, ¡lo normal, lo que hace todo el mundo, es normal por Dios!

Y nos desilusionamos. La idealización de nuestra pareja está un día ya tan corrompida y nuestras expectativas tan frustradas, que decidimos romper: “Oye, que te dejo”. “¿Por qué, por qué me dejas?” “Porque ya no te quiero” “¿Por qué? Sí he hecho siempre todo lo que me has pedido” “No, todo no” “Sí, mira (levanta la mano como si estuviera agarrando algo), si te he traído un gato…”

Pero sin lugar a dudas la mayor desilusión para una persona no tiene que ver ni con el amor, ni con el sexo… Tiene que ver con el estómago. El estómago es el centro de la ilusión de las personas. Yo recuerdo que cuando era joven estaba estudiando y llegaba tarde a casa con un hambre voraz y en el camino, antes de llegar, yo ya me iba recreando con lo que iba a comer ese día, porque en mi casa siempre hemos sido muy cuadriculados para esas cosas: en mi casa el día de las lentejas es el día de las lentejas y el día del arroz es el día del arroz, y eso es sagrado. Pues imaginaos, el día de las albóndigas: yo iba por la calle oliendo y saboreando ese rico plato de albóndigas en salsa de almendras con sus patatillas fritas alrededor… Y llego a mi planta y allí ya empiezo a olerme algo raro, vaya, empiezo a oler algo que no son albóndigas, y cuando entro y veo que lo que está preparando mi madre son coles de Bruselas en vez de las albóndigas porque no quedaba suficiente carne picada a la que te entran ganas de hacer carne picada es a tu madre. Pero como es tu madre, y hacer carne picada a una madre está feo, incluso más que morrearte con ella, y encima vives en su casa y tiene la deferencia de hacerte de comer, la miras, sonríes, y dices: “Ah, coles de Bruselas, qué bien”. Pero por dentro tu estómago te está diciendo: “Qué hija de puta, qué hija de puta…” Ese día el desengaño entre tu estómago y tu madre se hace eterno. Es como seguir con una pareja que te ha sido infiel, sabes que tarde o temprano te la volverá a pegar.

Hay ilusiones que en cambio nunca se pierden. Mis padres por ejemplo llevan décadas echando la lotería y nunca les ha tocado ni la de vuelta. A mí echar lotería me parece tirar dinero y trato de convencerles de que lo dejen. Total, ellos consiguieron quitarme de la heroína, qué menos que intentar devolverles el favor. Yo les digo: “¿Sabéis  -y esto está científicamente comprobado-, sabéis que hay más probabilidades de que os caiga un rayo encima de que os toque la lotería? Mi padre… Mi padre es muy rotundo en esto, él dice: “Si no llueve no”. Desde entonces sólo echa lotería cuando no está nublado.

A veces pienso que no deberíamos perder la ilusión, y seguramente el secreto esté en intentar volver a ser niños, volver a jugar, a soñar, a no preocuparnos por las cosas banales de la vida, a querer volar algún día como Superman… Bah, todo eso es muy difícil, es mucho más fácil si tomamos drogas.

LUÍS PIEDRAHITA. EL METRO.
 


Un lugar curioso el metro, ¿verdad? Creo que es difícil encontrar otro lugar en el mundo en el que coincida gente de tan diversas edades, ámbitos e incluso nacionalidades y que no tengan nada que decirse que valga la pena. Bueno, en la ONU igual.

El metro suele ser un sitio aburrido porque, a no ser que viajes acompañado, sueles ir en silencio, ensimismado en tus propios pensamientos… Yo, cuando voy en metro, muchas veces me pregunto a mí mismo en que están pensando los demás. Y luego me pregunto si los demás también se estarán preguntando en que piensan los demás. Y entonces me pregunto si todos nos estaremos preguntando al mismo tiempo si los demás también se están preguntando en qué piensan los demás. Y luego me pregunto si… En fin, que a mí el viaje en metro se me pasa volando.

Pero, ¿y lo entretenido que sería viajar en metro si pudiéramos leer el pensamiento? Aunque, seguramente os habréis dado cuenta porque ya habréis reflexionado sobre ello, pero si todos pudiéramos leernos el pensamiento los unos a los otros, mis propios pensamientos resonarían en mi cabeza cuando tratase de escuchar los pensamientos de los demás, quienes entonces volverían a recibir mis pensamientos amplificados porque estarían resonando en mi cabeza, con lo cual cada traspaso de pensamientos de una cabeza a la otra aumentaría la reverberación de esos pensamientos, provocando en algún momento del proceso un impacto tan agudo que, muy probablemente, todas nuestras cabeza acabarían explotando. Pero, ¿y lo entretenido que sería viajar en el metro si pudiéramos leer el pensamiento?

Yo lo he intentado, yo he intentado leer el pensamiento en el metro. Una vez me concentré seriamente… Nunca intentéis concentraros alegremente, es imposible, es como intentar cantar y cagar al mismo tiempo. Que hay veces que te sientas en la taza del váter y antes de lanzar el primer misil te da tiempo a entonar un par de versos: “Besos, ternura, qué derroche de amor… ¡cuánta locura!” ¡Pero al mismo tiempo es imposible! Pues eso, me concentré seriamente y… Porque cuando viajas en el metro te da por hacer cábalas, conjeturas, suposiciones, y una de las mías fue llegar a creer que, por algún motivo, si me concentraba mucho, mucho, mucho, muy serio, muy serio, muy serio, podía llegar a leer la mente de alguien. Es como cuando de jóvenes veíamos Goku y pensábamos que si apretábamos muy fuerte las manos, nos colocábamos en la posición correcta y hacíamos el “¡Kame Hame Ha!” muchas, muchas veces, en alguna de ellas nos saldría la jodida bola azul de fuerza vital de los cojones. Pues bueno, me concentro, muy, muy serio, durante mucho, mucho tiempo, mirando fijamente a una persona del metro, ¿y a qué os aseguro que sé que estaba pensando esa persona en ese mismo instante? Esa persona estaba pensando: “Este tío… o se está cagando vivo o el cabronazo me quiere lanzar una kame hame ha”.

Deberían hacer algo para que el metro fuera más divertido y personas inquietas como yo no pudieran poner en marcha sus ideas delirantes. No sé, por ejemplo, contratar animadores socioculturales. Y no me refiero al típico músico andino que llega tocando su flauta peruana justo cuando estás cogiendo sueño y te entran ganas de meterle la flauta por el mismísimo Machu Picchu. La gente cuando se aburre puede llegar a tener irrupciones graves y sobrevenidas de cólera. O le da por pensar en cosas desagradables. Yo por ejemplo soy muy propenso a pensar en tragedias, y más de una vez viajando en el metro me he preguntado qué pasaría si el fin del mundo nos pillara allí, ¿nos salvaríamos? Imaginaos que estáis en el metro y recibís un whatsapp de vuestro mejor amigo o de vuestra pareja, advirtiéndoos de que no salgáis al exterior porque una ola radioactiva lo está devastando todo. Y ahora sin poder subir porque no sabemos cuándo pasarán los efectos de la ola radioactiva, lo mismo no pasan, lo mismo nos tenemos que quedar toda la vida abajo y montar una nueva civilización subterránea que perdure por los siglos de los siglos… Y digo yo, ¿no es mejor mandar como voluntario al de la flauta peruana?

Una cosa que yo hago para no aburrirme en el metro es desarrollar un análisis sociológico del lugar, y me he dado cuenta de que el metro es otro mundo muy distinto al exterior y que tiene sus propias normas. Si uno quiere sobrevivir en el metro debe seguir tres reglas que jamás deberá incumplir: llevar la cartera en uno de los bolsillos delanteros del pantalón, nunca caminar por la izquierda si no vas a adelantar, y nunca mirar directamente a los canis del metro a los ojos. Los canis se sienten especialmente fuertes en el metro. No sé, al estar bajo tierra, como las ratas y las cucarachas, se deben sentir como en casa.

Otra cosa que he intentado para no aburrirme es leerme un libro, pero eso no me sirve. Porque, ¿qué pasa si justo cuando estás en el metro lees un pasaje en el que se revela un sorprendente misterio, o en el que muere uno de los personajes principales, o en el que reaparece uno al que todos daban por muerto? Pues que te fuerzas a contenerte y es como si esa emoción se perdiera, como si se desaprovechara. Mientras que si te llega a pasar estando solo o sola en tu casa, tiras el libro a tomar por culo, te pones a correr de un lado para otro con las manos en la cabeza, y te pones a gritar como loco: “¡Madre mía, no me lo puedo creer, que le han cortado la mano al mata reyes!”

Con la música de los cascos pasa lo mismo, ¿para qué quieres oír música si no te vas a poder poner a bailar sin parecer una persona con un serio trastorno emocional? Podrían colocar altavoces, y una bola de cristal como la de las discotecas, y música de los ochenta… Así le podrían cambiar el nombre y en lugar de llamarlo metro, llamarlo Retro.

  De todas formas, si siguen subiendo el precio de los tickets, el metro se va acabar convirtiendo en un transporte de lujo sólo al alcance de los más ricos. Mira, así por lo menos por una vez, los de arriba estarían abajo, y los de abajo, arriba.

DANI ROVIRA. EL SÚPER.

  
¿Sabéis qué es lo que más me gusta de hacer la compra? Esas conversaciones espontáneas que de repente se forman en las colas de las cajas. Las madres son expertas en eso, tienen un máster en conversaciones de colas de caja, que yo para hacer amigos necesito el Facebook, el Tuenti, salir de marcha… Mi madre se pone a hablar con otra madre en la cola de una caja y no es que se hagan amigas, ¡es que a los tres minutos descubren que son primas! ¡Yo he visto conversaciones en la cola de una caja más animadas que las que yo tengo con mis amigos cuando hacemos botellón! Que luego vuelve tu madre cinco horas después de haber salido a comprar al supermercado de tu barrio que está al ladear la esquina de tu calle, ¡cinco horas!, que piensas: “¿Esta mujer qué ha ido a comprar o a ponerse con la rumana de la puerta a pedir?” Que cuando vuelves, tú, preocupado, intrigado, nervioso, histérico, pensando que a lo mejor ha podido pasarle una desgracia, ¡y sobre todo!, que ya no te va a traer los dulce Tigretón que le pediste antes de salir, pues eso, inquieto, rumiante, vacío, con el estómago vacío vaya, cuando por fin aparece por la puerta, sana y salva, e importante, con el carrito de la compra intacto, tú te vas para ella envuelto en un torbellino de miedos e inseguridades, y le dices: “Mamá, ¿no se te habrán olvidado los Tigretón, no?” Y luego, cuando ya por fin te estás comiendo el Tigretón, entonces y sólo entonces le preguntas: “¿Se puede saber dónde has estado hija mía, que me tienes con el alma en un puño?” Y ella te contesta: “¡Que me he puesto a hablar con una señora y resulta que era una prima mía del pueblo!”

Recuerdo cuando era pequeño e iba a comprar con mi madre, ese momento… ¡El momento carrito! Pero no, no digo cuando eras muy pequeño y te metían en medio de las botellas de refresco de dos litros y el detergente concentrado, que pensabas en el anuncio de “Busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo”, y te decías: “Como se encuentre con un niño rubio y de ojos azules a mí la cabrona ésta me deja en el estante”. No, yo me refiero a cuando crecemos un poco más, lo suficiente como para que nos deje la gran responsabilidad de manejar el carrito de la compra. Ese momento trascendental en la vida de todo niño, sólo superado por el día en que te quitan el Dodotis. Cuando un niño conduce por primera vez el carrito de la compra, se da cuenta de que ha adquirido cierto estatus social, nos sentimos como si nos acabáramos de sacar el carnet del carrito de la compra, y eso queda reflejado en una cara de orgullo, de señorío, que nos quedamos con esa cara ya para todo el trayecto, da igual que el carro se vaya para un lado, para el otro, que nos carguemos la montaña de latas de El Gigante Verde… Si nos llaman la atención decimos que la culpa ha sido de las ruedas, que estaban torcidas. Y ese día, es el día en que un niño aprende una sabia lección sobre la vida: a echarle la culpa de todas sus meteduras de patas a las máquinas.

Otro momento entrañable que recuerdo cuando iba con mi madre a la compra es… Seguro que a vosotros también os suena esto: ¿no habéis abierto nunca un paquetillo de patatas y os lo habéis comido en el súper? ¡Eso lo ha hecho todo el mundo! ¡Hasta el más bueno, hasta la persona más buena de la Historia, hasta Jesucristo, hasta Maria Teresa de Calcuta, hasta el Papa, hasta los hijos del Papa… hasta la persona más buena que os podáis echar a la cara, Ned Flanders, que seguro que conocéis a alguien que es como Ned Flanders, pues hasta vuestro Ned Flanders particular, ese tontolaba que siempre dice “Yo no he robado, yo no he robado nunca”, pues hasta ese se ha comido un paquete de patatas en el súper!  Que a mí me lo abría a mi madre, que empezaba yo a presionarla: “Ma tengo hambre, ma tengo hambre, ¡ma me voy a poner a llorar como si se acabara de morir mi perro!”, y ella me abría el paquete de patatas, me lo daba y me decía: “Si te dicen algo, les dices que lo voy a pagar en la caja”. Pero luego, oye, por un casual, eh, resulta que cuando acababas le dabas la bolsa vacía a tu madre, para que, claro, para que pasara la bolsa vacía por la caja junto con el resto de los productos, que es lo que siempre han hecho todas nuestras madres, ¿verdad?, pero por un casual, tu madre que estaba despistada en ese momento, concentrada, en sus compras, dejaba el paquete vacío, sin querer, porque al ir a coger un producto, con el paquete en la mano que lo tenía allí casualmente, sin querer cogía el producto y la bolsa se le escapaba y se quedaba en el estante. Que luego venía una señora, cogía la bolsa vacía, le preguntaba un empleado que qué hacía con eso, ella decía que se lo había encontrado así y saltaba yo, con el cuello de la camiseta lleno de mijitas de ratón Bolitas de Cheetos, y saltaba: “¡Mentira, esa vieja es una ladrona, metedla en la cárcel!”

  Me lo pasaba pipa cuando iba al súper con mi madre. Bueno, y luego ni cenaba. Pero los que sí deben pasárselo bien son las cajeras y cajeros del súper. Además de que escuchan todas las conversaciones de madre, ¿nunca os habéis planteado que esos hombres y mujeres lo deben saber todo sobre nosotros? Yo a veces incluso creo, porque bah, yo es que soy mucho de teorías conspiratórias, pero desde muy chico, yo de pequeño ya estaba convencido de que David el Gnomo, todo el día en el bosque rodeado de plantas medicinales, ¡cultivaba hierba seguro!, y que si Willy Fog dio la vuelta al mundo fue para crearse un montón de cuentas en paraísos fiscales, y los Fraguel Rock, ¡una banda de hippies okupas, está claro! El caso es que, como me gustan tanto las teorías conspiratórias, a mí no me extrañaría nada que hubiera cajeras y cajeros que en realidad fueran espías contratados por el Gobierno para saberlo todo sobre nosotros y tenernos controlados. Porque claro, el capitalismo ha avanzado tanto, se ha arraigado de tal forma en nuestras vidas que uno ya no es lo que piensa, ni lo que dice, ni lo que hace… Somos lo que compramos. Y a través de nuestras compras, una persona puede saber si somos ricos, si somos pobres, si somos ecológicos, vegetarianos, si tenemos animales en casa, incluso si practicamos el sexo a menudo… Yo por eso siempre compro una caja de condones, aunque no los vaya a usar, que luego los políticos descubren que no follamos, ¡y por eso nos joden tanto!

RICARDO CASTELLA Y DANI MATEO. EL PARO.


 
Ricardo Castella (RC): Ahora entiende uno porque la llaman la cola del paro, ¡esto no se mueve!

Dani Mateo (DM): ¿Y qué quieres, no ves que hay mucha gente? Como sigamos así vamos a tener que acampar y todo, como en los conciertos, los funcionarios se van a acabar convirtiendo en los nuevos ídolos Pop.

RC: Sí, sólo que en vez de firmar autógrafos ellos te sellan. ¿No va a haber gente?, si es que encontrar trabajo se ha vuelto más difícil que ligar. Y mira que uno no es que llegue a las discotecas siendo el terror de las nenas, precisamente.

DM: Hombre, un poco de miedo sí que les das, también te lo digo.

RC: La iluminación nocturna. Yo es que con luz natural gano más.

DM: Bah, precisamente por culpa del paro ahora ligar es más difícil. Antes conocías a una chica en una discoteca, te daba su número…

RC: ¿Eso pasa?

DM: … y ella esperaba ansiosa a que la llamases, y cuando por fin te decidías le salían mariposas en el estómago y la invitabas a un café y te decía que sí. Ahora le suena el teléfono y ella espera que la llamada sea para un trabajo y cuando oye tu voz te manda a la mierda.

RC: Si eso del reclutador que te llama, no ya para ofrecerte un puesto, ¡para una entrevista!, eso es mentira, ese personaje no existe, es como la niña de la curva.

DM: De hecho dicen que si repites tres veces delante del espejo: “Quiero un trabajo, quiero un trabajo, quiero un trabajo”, se te aparece el presidente de los empresarios.

RC: ¿Y te da un trabajo?

DM: No, te quita la paga y te pone a currar gratis de becario.

RC: Qué miedo, prefiero a la niña de la curva.

DM: Si hay una estadística que es, que de cada mil llamadas que recibes en tu móvil, con suerte, una será para una entrevista de trabajo; las otras novecientos noventa y nueve para que cambies de operador.

RC: O sea, que probabilidades de que te llame la chica que conociste el sábado en la discoteca cero, ¿verdad?

DM: A no ser que sea latina, pero será para que cambies de operador.

RC: Qué chungo.

DM: Ligar siempre ha sido difícil, pero al menos para eso contamos con un importante factor de apoyo estratégico: el alcohol. En una entrevista, a no ser que tu entrevistador sea un alcohólico, lo tienes chungo.

RC: ¿Te imaginas?  “No has trabajado en tu puta vida, has estado cuatro veces en la cárcel, y en tu currículum hay faltas de ortografía hasta en la foto, pero me da igual tío, te doy el trabajo, porque te quiero, ¡te quiero…!”

DM: En vez de exaltación de la amistad, exaltación de la contratación laboral.

RC: ¿Sabes lo que estaría bien, usar también el currículum vitae para ligar?

DM: ¿Y cómo sería eso?

RC: Muy fácil, tú llegas a la discoteca con tu maletín lleno de currículums y los vas repartiendo a las chicas que te gusten. Así te saltas toda la fase del flirteo.

DM: Pero muy frío eso, ¿no?

RC: ¿Frío? Pues pones detalles calientes en la parte de “Datos de interés”: conocimiento amplio en Kamasutra, participación en varias películas porno, herramienta de treinta centímetros…

DM: Pero todo eso te lo estás inventando.

RC: ¡Pues a ver si va a ser verdad ahora que todos sabemos inglés y usar el Excel, si yo el Excel no sé ni lo que es!

DM: Claro, porque tiene el nombre en inglés.

RC: Y con tanta gente que hay sin empleo, esta país al final, ¿quién lo está levantando?

DM: Pues entre parados, jubilados, estudiantes, niños, funcionarios… Los chinos, aquí están trabajando nada más que los chinos.

RC: ¡Jodidos chinos! Si ya lo sabía yo: “los chinos, que nos comen los chinos, que nos comen los chinos…” Tú deja que acaben con los perros y ya verás cómo vienen a por nosotros. Tenemos que reinventarnos, como hacen ellos. Chino que llega a España, chino que trabaja. ¿Por qué? Porque están todo el día inventando. ¿No ves que todo es “Made in China”?

DM: Pero en cuestiones de trabajo los chinos no han inventado nada, se basan en el modelo más antiguo de relación laboral: la esclavitud.

RC: Lo que digo es que tenemos que crear nuevas ideas de negocios que no existan. Por ejemplo, a ver qué te parece ésta: hay organizadores de eventos, organizadores de rutas senderistas, organizadores de despedidas de solteros… ¿Pues por qué no nos hacemos organizadores de orgías?

DM: ¿Y qué hay que organizar ahí? ¡Si eso va todo mezclado!

RC: Pues por eso mismo, habrá que poner un poco de orden.

DM: ¡Se pierde la magia!

RC: También es verdad.

DM: Para crear algo nuevo que funcione tienes que coger una necesidad existente en la sociedad y que no esté satisfecha.

RC: Pues coño, ¡qué mayor necesidad ahora que la de trabajar!

DM: Pero de eso ya se encargan los políticos.

RC: Sí, claro, ellos son los que dan trabajo.

DM: Sí, al primo, al cuñado, al sobrino, al yerno…

RC: ¡Ostia, pues ya lo tengo! ¿No estábamos con que encontrar trabajo se ha vuelto tan difícil como ligar? Pues montamos una agencia de contactos para emparejar a parados con políticos, ¡así matamos dos pájaros de un tiro!

DM: Pero hombre, que quieres desgraciar al parado para toda su vida, ¿no ves que lo puedes hacer cómplice de casos de corrupción?

RC: ¡Mierda, es verdad!  A ver, ideas para ganar dinero: vender maría, organizar peleas clandestinas, montar un prostíbulo, hacerse sicario, fabricar anfetas… Joder, ¿por qué a uno no se le ocurre nunca nada bueno para salir del paro?

DM: Tienes el síndrome del político.

RC: Va a ser eso.

DM: De todas maneras, el parado siempre ha estado muy mal visto, marginado, menospreciado… Sin embargo, ahora que somos mayoría, tenemos el poder suficiente como para convertirnos en tendencia.

RC: ¡Claro, el parado está de moda, más que nunca!

DM: La gente siempre va donde va la gente, ¿no?, ¡pues todos al INEM!

RC: Oye, y que creemos escuela, ¡y al final todo el mundo sin curro!

DM: ¡Sería la erradicación del trabajo!

RC: ¡Un sueño, una utopía!

DM: ¡Tenemos que iniciar la revolución del parado! ¡Repartir panfletos, organizar charlas, ir casa por casa para hablarle de esto a la gente!

RC: ¿Todo eso hay que liar? Pues me acaba de entrar una pereza.

MUCHACHADA MUSICAL.


Señoras y señores, Oscar Wilde dijo una vez: “La vida es demasiado importante como para tomársela en serio”. Sin duda que ésta es una buena época para aplicarse el cuento.


Tu novia te la pega con otra tía

Lo malo es que no quiere compartirla

Y tú, te tienes que reír



Te tocan los millones de la primitiva

El médico te dice que te quedan cuatro días

Y tú, te tienes que reír

Te tienes que reír, te tienes que reír, te tienes que reír…



Los políticos roban, el jefe maltrata

Los banqueros engordan, ¡vaya vida de patata!

Y tú, (¿qué vas a hacer, te vas a poner a llorar,

te vas a suicidar?, no, hombre, no, no hagas eso) te tienes que reír

Te tienes que reír, te tienes que reír, te tienes que reír…



¡No te quitaste la chaqueta cuando fuiste a cagar

Te la manchaste de mierda y ahora se ríen de ti

Y tú, te tienes que reír!

Te tienes que reír, te tienes que reír

¡Qué vas a hacer si no

Llorar no es solución

Te tienes que reír!

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